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Enfermedades psicosociales: Distress

  • Angélica Figueroa
  • 10 jun 2015
  • 3 Min. de lectura

Entre los factores psicológicos de riesgo para la aparición de enfermedades, el más estudiado por su importancia ha sido la acción del estrés como respuesta a estímulos agresores del medio ambiente.

La Psiconeuroinmunología ha demostrado en el transcurso de su evolución, la posibilidad de que el sistema inmune esté mediado por factores psicológicos. Investigaciones realizadas hasta la fecha permiten afirmar que variables psicológicas son capaces de influir en el sistema inmunitario fortaleciéndolo o debilitándolo y afectando a través de esta vía la salud [1].

En la actualidad se considera que la respuesta de estrés es obra automática del organismo ante cualquier cambio ambiental, externo e interno, mediante el cual se prepara para enfrentar las demandas que se generan de un nuevo estado, por lo que no es algo “malo” en sí mismo, sino que facilita la disposición de recursos para valorar circunstancias que se suponen excepcionales. Es una respuesta mental y física natural que nos sirve para lidiar y adaptarnos a tenciones o peligros [2].

Por consiguiente, la respuesta del organismo al estrés agudo es de naturaleza protectora y adaptativa, mientras que la respuesta al estrés crónico produce un desajuste bioquímico que resulta en alteraciones inmunosupresoras que conducen al desarrollo de enfermedades inflamatorias, fatiga causada por agotamiento en las glándulas suprarrenales, enfermedades metabólicas que incluyen obesidad, diabetes tipo 2, y enfermedades cardiovasculares [3].

Según Navarro (1999) el estrés comprende dos aspectos principales (uno externo y otro interno) que nos conviene distinguir: por un lado, existen agentes estresantes, es decir, las circunstancias los estímulos externos (inestabilidad económica, violencia social, soledad, divorcio, problemas de trabajo, pérdida de empleo, discordias familiares, ruido, contaminación, muerte de personas cercanas, etc.) que provocan las reacciones emocionales (agresividad, ansiedad, depresión, apatía, alcoholismo, obesidad, neurosis, tabaquismo, etc.) y por el otro, hay una reacción interna (inmadurez emocional, falta de preparación, timidez, baja autoestima, negativismo, derrotismo, fatalismo, cavilaciones, resentimiento, impulsividad) como respuesta del organismo ante las presiones del exterior.

Diversos estudios han demostrado que la incapacidad del organismo humano para controlar los estresores sociales y psicológicos pueden llevar al desarrollo de alteraciones cardiovasculares, hipertensión, ulcera péptica, dolores musculares, asma, jaquecas, perdida de la calidad de vida, depresión y otros problemas de salud, así como también al incremento de las conductas de enfermedad (por ejemplo, requerir asistencia médica) [4].

La relación existente entre las emociones y el sistema inmunológico está ligada a las hormonas liberadas en situaciones de estrés. Las catecolaminas (epinefrina y norepinefrina, llamadas también adrenalina y noradrenalina) el cortisol, la prolactina y los opiáceos naturales (como, por ejemplo, la-endorfina y la encefalina) son algunas de las hormonas liberadas en situaciones de tensión que tienen una gran influencia sobre las células del sistema inmunológico [5].

Arthur Kleiman indicó que entre un 32% y un 50% de todas las consultas en los servicios de atención primaria de la salud y en los servicios de medicina familiar, se deben a problemas psicosociales y psiquiátricos. Estos problemas incluyen reacciones agudas ante el estrés, trastornos depresivos y de angustia por sí mismos ó superpuestos a otras condiciones médicas, con la consecuencia de que amplifican sus síntomas y agravan su incapacidad [6].

El estrés, por consiguiente, disminuye la resistencia inmunológica, al menos de una forma provisional, tal vez como una estrategia de conservación de la energía necesaria para hacer frente a una situación que parece amenazadora para la supervivencia del individuo. Pero, en el caso de que el estrés sea intenso y prolongado, la inhibición puede terminar convirtiéndose en una condición permanente [5].

Referencias

[1] Libertad, M. A. (2003). Aplicaciones de la psicología en el proceso salud enfermedad. Rev Cubana Salud Pública, 29(3), 275-81. Obtenido de http://scielo.sld.cu/pdf/rcsp/v29n3/spu12303.pdf

[2] Sánchez, V. (05 de 01 de 2005). Salud vida. Obtenido de Salud vida: http://www.sld.cu/saludvida/bucodental/temas.php?idv=10848

[3] Moscoso, M. (2009). De la mente a la célula: impacto del estrés en psiconeuroinmunoendocrinologia. Liberabit, 15(2), 143-152.

[4] Navarro, R. (1999). Las emociones en el cuerpo: Cómo afectan nuestro carácter y cómo sanarlas. México: Pax México.

[5] Sadín, B. (2003). El estrés: un análisis basado en el papel de los factores sociales. International Journal of Clinical and Health Psychology, 3(1), 141-157.

[6] Goleman, D. (1997). La inteligencia emocional. Barcelona: Kairos.

[7] De La Fuente, R. (1990). Consideraciones sobre los problemas mentales y conductuales que afectan la salud en sociedades en desarrollo: el caso de México. Salud Mental, 13(3), 1-7.

 
 
 

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