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¿Y las emociones para qué?

  • Angélica Figueroa
  • 1 jul 2015
  • 4 Min. de lectura

Una emoción es algo que nos pone en movimiento, que nos impulsa desde nuestro interior, que nos mueve al exterior y nos impulsa a actuar. Todas las emociones implican un cambio en la postura o el movimiento corporal y un cambio en la respiración. Estas se manifiestan tanto en la mente como en el cuerpo, a través de posturas corporales, gestos y expresiones [1].

Las emociones sirven para comunicarnos y pueden ser procesos adaptativos. Cómo el miedo ante la amenaza o el peligro, la tristeza ante la pérdida o el enfado ante la agresión, pues en cada caso la emoción ayuda a enfrentar un peligro para la supervivencia. Pero, también pueden perder ese valor de adaptación y entonces se vuelven perjudiciales para la salud física [1].

Las pruebas de la importancia clínica de las emociones han ido aumentando considerablemente. Se han estudiado variables emocionales como ansiedad, depresión, hostilidad, ira, agresividad y se evidencia que estas constituyen factores predisponentes al distress, facilitan el rol de enfermo, los cambios en el sistema inmune, estimulan conductas no saludables como tabaquismo, alcoholismo y así se convierten en causa indirecta de cáncer y otras enfermedades. Y también, las variables cognitivas como determinadas cogniciones disfuncionales, pensamientos automáticos, ideas irracionales desempeñan un papel importante en el inicio y mantenimiento de trastornos emocionales, que a su vez tienen la repercusión antes descrita [2].

Personas que experimentan ansiedad crónica, prolongados periodos de tristeza y pesimismo, tensión continua u hostilidad, cinismo o suspicacia incesante, tienen el doble riesgo de contraer una enfermedad, incluidas el asma, artritis, dolores de cabeza, úlceras pépticas y problemas cardiacos [3.]

La ira parece ser la emoción que más daño causa al corazón, pues cada episodio de ira le añade una tensión adicional, y aumenta el ritmo cardiaco y la presión sanguínea. Una vez que se desarrolla la enfermedad cardíaca, la ira es especialmente letal para aquellos que ya la padecen. Estudios de seguimiento durante varios años, realizados con personas que han sufrido un primer ataque cardíaco, demostró que los que se enfurecen fácilmente tenían 3 veces más probabilidades de morir por paro cardiaco, que los temperamentos más serenos [3].

La ansiedad ha sido definida como la consecuencia de la mezcla del miedo y la anticipación, genera síntomas como son: preocupación, sensación de inseguridad, dificultad o incapacidad para tomar desiciones, imposibilidad de concentrarse, confusión, desorientación, olvidos frecuentes; y acompañada de síntomas físicos como palpitaciones en el corazón, opresión en el pecho, dificultad respiratoria, sudoración, temblores, nauseas, vómitos, vértigos, pérdida de estabilidad se conoce cómo angustia [1].

Es tal vez, la emoción con mayor peso como prueba científica, al relacionarla con el inicio de la enfermedad y el desarrollo de la recuperación. Cuando la ansiedad ayuda a la preparación para enfrentarnos a alguna situación importante, esta es positiva; pero en la vida moderna es frecuente que la ansiedad sea desproporcionada y se relacione con niveles elevados de estrés. Pruebas evidentes del impacto sobre la salud de la ansiedad han surgido de estudios en enfermedades infecciosas, como resfríos, gripes y herpes, donde la resistencia inmunológica de la persona se debilita, permite la entrada del virus y el inicio de la enfermedad [3].

La alegría es el estado emocional que prevalece la mayor parte del tiempo entre las personas, si es que gozan de salud y no padecen demasiadas presiones. La alegría supone las sensaciones gratas, a nivel visceral, que corresponden a la respiración profunda y a la buena digestión. Además, la ausencia de tensiones musculares excesivas, así como de pensamientos y fantasías negativos. Una de las metas del desarrollo humano es conservar (o recuperar) la espontaneidad emocional, la confianza y alegría propios de los niños y adolescentes sanos [4].

La esperanza, al igual que el optimismo, también se considera como una emoción positiva. En este sentido, las personas esperanzadas se muestran comprensiblemente más capaces de superar los retos que les presente la vida, incluyendo los problemas mentales [3].

Por el contrario, la tristeza es el estado de ánimo del que la gente más quiere despojarse. La tristeza proporciona una especie de refugio reflexivo frente a los afanes y ocupaciones de la vida cotidiana, que nos sume en un periodo de retiro y de duelo necesario para asimilar nuestra pérdida, un periodo en el que podemos ponderar su significado llevar a cabo los ajustes psicológicos pertinentes y por último, establecer nuevos planes que permitan que nuestra vida siga adelante. Si bien la tristeza es útil, la depresión en cambio, no lo es [3].

En la depresión existe una disminución de la sensibilidad hacia el exterior y disminuye las ganas de llorar. A la persona todo le da igual. Se genera un mecanismo de defensa en el que incluso su propio cuerpo está recogido sobre sí mismo, aislado de los demás. Las ideas fluyen lentamente y tiene dificultad para asociar los recuerdos. Todo lo ve negro y está lleno de pensamientos tristes o ideas depresivas. Y entre la poca actividad que realiza tiene gestos de desesperación, quejas y suspiros. En la depresión hay siempre una pérdida de esperanza, rechazo a lo positivo, constante pesimismo o sensación de derrotismo, baja autoestima y baja confianza en sí mismo, disminución de la actividad física y reducción del movimiento corporal, expresión facial, expresión verbal memoria y capacidad para concentrarse, etc. [1].

Los estados de ánimo positivos aumentan la capacidad de pensar con flexibilidad y complejidad, haciendo más fácil encontrar soluciones a los problemas, ya sean intelectuales o interpersonales. En conclusión, el modo en que la persona reacciona emocionalmente ante los hechos tiene profundas consecuencias en el esfuerzo que realice para mejorar su funcionalidad física y social [3].

Referencias

[1] Bizkarra, K. (2008). Encrucijada emocional: Miedo (ansiedad, Tristeza (depresión), rabia (violencia), alegría (euforia). España: Desclée de Brouwer.

[2] Libertad, M. A. (2003). Aplicaciones de la psicología en el proceso salud enfermedad. Rev Cubana Salud Pública, 29(3), 275-81. Obtenido de http://scielo.sld.cu/pdf/rcsp/v29n3/spu12303.pdf

[3] Goleman, D. (1997). La inteligencia emocional. Barcelona: Kairos.

[4] Navarro, R. (1999). Las emociones en el cuerpo: Cómo afectan nuestro carácter y cómo sanarlas. México: Pax México.

 
 
 

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