Problemas de la fase de vida
- Angélica Figueroa
- 21 jul 2016
- 3 Min. de lectura
Muchas veces síntomas somáticos que no mejoran con las medidas convencionales son reflejo de problemas ocultos relacionados con el entorno del paciente, y ese entorno suele ser el familiar [1].
Investigaciones científicas revelan la influencia de la familia en el proceso de enfermar; muchas enfermedades van precedidas de acontecimientos vitales estresantes, siendo el principal el fallecimiento del cónyuge; seguidos del divorcio y ruptura matrimonial [1].
La familia es la fuente principal de las creencias y pautas comportamiento relacionadas con la salud, las tensiones que sufre a través de su ciclo evolutivo se pueden manifestar como síntomas, los cuales pueden ser la expresión de procesos adaptativos del individuo y ser mantenidos por las conductas familiares [1].

En relación con el inicio del trastorno, los sucesos vitales pueden ser entendidos como factores predisponentes o precipitantes. Los factores predisponentes están generalmente constituidos por sucesos ocurridos durante la infancia (maltrato infantil, pérdida de algún padre, etc.) Los factores precipitantes son más bien cambios vitales recientes, normalmente ocurridos durante los dos últimos años (por ejemplo, separación matrimonial, pérdida del empleo, despido laboral, etc.). La historia de sucesos traumáticos infantiles puede incrementar, así mismo, la vulnerabilidad individual a los sucesos vitales recientes [2].
Además los sucesos vitales pueden referirse también a situaciones estresantes extremas, tales como catástrofes naturales (inundaciones, terremotos, etc.) o ciertas situaciones especialmente traumáticas (situaciones bélicas, etc,) Las catástrofes naturales suelen ser estresores de corta duración y, en consecuencia, sus efectos suelen ser más agudos que crónicos. No obstante, el concepto de cambio vital es un término más central en sucesos menos traumáticos y más normativos. Son ejemplos de sucesos vitales situaciones sociales tan dispares como el matrimonio, la pérdida de un hijo, la separación matrimonial, el divorcio, la compra de casa, el despido laboral, el cambio de residencia, el encarcelamiento, el embarazo, etc. [2].
La mayor parte de las amenazas que sufren las sociedades modernas son de tipo simbólicas más que físicas, y generalmente no suelen conducir a una reacción de tipo físico. Hoy el organismo humano debe responder a múltiples amenazas de tipo social (por ejemplo, laborales). Sin embargo, en términos sociales el organismo humano se ha quedado sin recursos para la acción; esta incapacidad para responder de forma exteriorizada deja al cuerpo fisiológicamente preparado para la acción que nunca llega, un estado de preparación que, al mantenerse en el tiempo, puede dañar seriamente al organismo. Las amenazas de la sociedad moderna pueden relacionarse con factores como la competitividad laboral, el tráfico, el ruido, las disputas maritales, la educación de los hijos, etc. [2].
Aunque todo cambio es potencialmente dañino porque requiere algún grado de reajuste, parece existir evidencia de que no es tanto el cambio por sí mismo si no: la cualidad del cambio, lo que es potencialmente dañino, siendo los cambios indeseables rápidos, inesperados, no normativos e incontrolados los que parecen ser mucho más dañinos que los cambios deseados, esperados, habituales y controlados. Además también influye la forma de la interacción entre la situación y la capacidad de la persona para superarla. Las personas tienen diferentes habilidades y capacidades en las situaciones sociales a la hora de afrontar los problemas, no todas las personas tienen la misma capacidad para controlar sus respuestas emocionales, ni la misma motivación y compromiso personal ante una determinada situación [2].
Cuándo las tensiones acumuladas (internas y externas) sobrepasan las capacidades de adaptación de alguna persona en particular, su organismo empieza a manifestar ciertos síntomas y enfermedades que son las señales visibles de su agotamiento, tanto nervioso como emocional [3].
Y ante estas situaciones, las personas no sólo pueden percibir de forma diferente las amenazas de las situaciones estresantes, sino que también emplean diferentes habilidades, capacidades y recursos, tanto personales como sociales (familia, amigos, etc.) para hacer frente a las condiciones potencialmente estresantes [2].
Sin embargo, puesto que en muchas ocasiones carecemos de ese sentido de comunidad y de familia extensa que proporcionaba apoyo en épocas anteriores, cada vez en mayor medida las personas que han sufrido una perdida piden ayuda a los profesionales de la salud mental [4].

Referencias
[1] Yurss, A. I. (2001). Atención a la familia: otra forma de enfocar los problemas de salud en atención primaria. Instrumentos de abordaje familiar. ANALES Sis San Navarra, 24(2), 73-88.
[2] Sadín, B. (2003). El estrés: un análisis basado en el papel de los factores sociales. International Journal of Clinical and Health Psychology, 3(1), 141-157.
[3] Navarro, R. (1999). Las emociones en el cuerpo: Cómo afectan nuestro carácter y cómo sanarlas. México: Pax México.
[4] Gil-Juliá, B., Bellver, A., & Ballester, R. (2008). Duelo: Evaluación, diagnóstico y tratamiento. Psicooncologia. Revistas científicas Complutenses, 5(1), 103-116.
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